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La música que acunó a Europa

Los compositores barrocos superaron fronteras y escribieron por vez primera obras liberadas de las ataduras de la religión y el poder político


CÉSAR COCA

Tres siglos antes de que las potencias europeas acordaran la libre circulación de trabajadores, los músicos barrocos recorrían el continente mostrando su arte y recibiendo todas las influencias. Los antecedentes del concepto de Europa no deben buscarse en los políticos del momento ni en los autores de las primeras declaraciones paneuropeas (la fundamental fue pronunciada en 1950 por un ministro francés con nombre de músico: Robert Schuman, todo un símbolo), sino en Vivaldi, Haendel, Telemann, Scarlatti... ‘La armonía de las naciones. La Europa barroca’ es el título de la quinta edición del festival ‘Musika-Música’, que se celebra este fin de semana en Bilbao. Un recordatorio de que el arte unió algo que la política ha tardado tanto tiempo en consolidar.

El barroco comenzó con la construcción de la iglesia de Gesù, en Roma. Ese magnífico edificio contiene muchas claves de la esencia de aquel período artístico: una fachada que estrictamente no parece la de un templo y que oculta unas naves con abundancia de ornamentación, en las que hay un sutil espíritu de teatralidad. Así es también la música de ese período que abarca desde los estertores del siglo XVI hasta bien avanzado el XVIII.
Una etapa en la que la figura del artista adquiere un carácter nuevo. El compositor deja de ser un artesano que sólo puede trabajar para la Iglesia. Las distintas cortes del continente comienzan a tener también músicos a su servicio, y a partir de 1637, con la apertura del teatro de San Cassiano, en Venecia, el pueblo llano accede a un arte que con anterioridad sólo se podía disfrutar en el templo. Ya no habrá únicamente música para las ceremonias religiosas y las fiestas oficiales.

Los artistas barrocos usan de la ornamentación y desarrollan la música instrumental, dando un papel preponderante al órgano, el violín, el clave y algunos instru- mentos de viento como la flauta y el oboe. Y descubren que se puede hacer teatro cantado: la ópera es una de las grandes aportaciones del barroco.

Hay dos escuelas claramente diferenciadas en un mismo período artístico: el barroco del sur de Europa, sobre todo de Italia, es más colorista, más ligero, más melódico; el del centro y el norte del continente es más denso, tiene más desarrollo en sus melodías. Pero éste es sobre todo un tiempo de mestizaje. No sólo porque también exista un barroco en América latina que vincula la tradición europea a los ritmos autóctonos. Sucede además que los compositores de ese tiempo, por primera vez en la historia, se mueven con libertad por el viejo continente y toman influencias de cuantos lugares visitan.

Influencias mutuas

Vivaldi nació y residió la mayor parte de su vida en Venecia. Pero fue invitado a Amsterdam y los últimos cuatro años de su biografía transcurren en Viena. Telemann, natural de Magdeburgo, vivió en Leipzig, Sorau, Hannover, Cracovia, Fráncfort, Eisenach, Bayreuth y París, para ir a morir a Hamburgo. Scarlatti nació en Nápoles, y más tarde residió en Venecia, Roma, Lisboa y Madrid, donde falleció. Haendel vio la luz en Halle, y más tarde estuvo instalado en Hamburgo, Roma, Nápoles, Hannover y Londres. Rameau, nacido en Dijon, vivió en Milán, Aviñón, Montpellier y París. El propio Bach, que no salió de lo que hoy es Alemania, vivió en una decena de ciudades, en algunos casos muy distantes entre sí.

Los músicos no entendían de fronteras. El creador del oratorio inglés había nacido en Alemania; el compositor de más éxito en la corte de Madrid lo hizo en Italia. Rameau aprovechó su visita a este último país para conocer el modo de composición italiano a sus obras. Couperin, en fin, muestra quizá mejor que nadie esa mezcla en una de sus obras, ‘Les Goûts Reunis’, donde combina el estilo francés y el italiano.

De todas esas influencias mutuas saldrán también nuevos géneros: la sonata, el ‘concerto grosso’ (con varios instrumentos destacados que dialogan entre ellos) y el concierto para solista. Es música concebida con distinto afán a la que escribieron los compositores de siglos anteriores. No ilustra oficios religiosos ni ensalza o conmemora a ningún gobernante.
En ese contexto destacan unos artistas nuevos que ejercen un papel esencial. Una figura desconocida hasta ese momento, la del intérprete estrella –que se dará sobre todo en la ópera– aparece en escena. El director de orquesta aparecerá más tarde, ya en el Romanticismo, pero durante el barroco algunos instrumentistas, los cantantes en general y los ‘castrati’ en particular serán los protagonistas. También ellos recorrerán Europa, muchas veces acompañando a los compositores. Los ‘divos’ son otro invento del barroco que dominó el continente durante más de siglo y medio. La armonía de las naciones se basó en una música liberada de ataduras, creada por compositores cosmopolitas y popularizada por intérpretes que el público podía amar. El barroco entronca así con la modernidad.