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Voluntad de tradición

Las interpretaciones más o menos restrictivas e incluso las contradicciones han sido una constante en la peculiar filosofía deportiva del Athletic desde 1912, año en el equipo dejó de jugar con extranjeros

Jon Agiriano

Si hasta las leyes escritas están sujetas a distintas interpretaciones –la maldita polisemia, que decía uno–, no deja de ser lógico que las no escritas acaben provocando tantos malentendidos. Es lo que le ocurre a la filosofía del Athletic. En principio, todo el mundo parece saber con exactitud cuál es, en qué consiste esa tradición que, como escribió un redactor de L´Equipe en los años sesenta, convierte al club bilbaíno en una «caso único en la historia del fútbol mundial».

Sin embargo, la realidad desmiente en parte esta afirmación. Se podría decir que los hinchas del Athletic conocen los fundamentos esenciales de esa filosofía –jugar con jugadores vascos o formados en equipos de Euskadi y Navarra–, pero, a partir de ahí, no saben bien a qué atenerse. El tema está sujeto a imprecisiones, como suele ocurrir con los límites de un terreno no del todo acotado. Y es que, a lo largo de la historia del club, o mejor dicho, durante sus últimos 89 años –Veicht y Smith, los últimos extranjeros del Athletic, dejaron el equipo en 1912–, se han dado las suficientes contradicciones en el aplicamiento de la tradición como para que, ya en el siglo XXI, todavía haya ocasiones en las que tenga sentido esa pregunta tantas veces escuchada: ¿Pero ése puede jugar en el Athletic?

En realidad, se trata de un viejo interrogante que acompaña al club bilbaíno desde mediados de los años 20, cuando el fútbol español se profesionalizó y el Athletic, tras aceptar a regañadientes los nuevos tiempos, impuso como norma tácita de funcionamiento lo que, desde 1912, venía siendo una costumbre: jugar sin extranjeros, sólo con futbolistas de casa.

¿Por qué se adoptó esta decisión? ¿Cuál fue la razón para que un club que tenía entre sus primeras leyendas a pioneros ingleses como Mac Lennan, Evans, Langford y Davies decidiera prescindir de los futbolistas foráneos? Se puede decir que aquellos eran tiempos de fútbol amateur propicios para romanticismos. Sea como fuere, lo que resulta obvio es la influencia que tuvieron en ello algunos presidentes como Alejandro de la Sota, Ramón Aras-Jauregui, José María Vilallonga y Ramón de la Sota, los cuatro militantes o simpatizantes del PNV. Como escribió Patxo Unzueta en un artículo titulado Fútbol y nacionalismo vasco «es lógico suponer que su ideología marcara de alguna manera la fisonomía espiritual del club en los años en que estaba forjándose su identidad».

Aún así, la particular filosofía del Athletic acabó calando de una forma tan honda que muy pronto traspasó la frontera de las ideologías para convertirse en una convención institucionalizada. De hecho, detrás de algunas de las decisiones más integristas, por decirlo de alguna manera, respecto a la contratación de jugadores, no estuvieron, precisamente, presidentes sospechosos de nacionalismo. Al menos de nacionalismo vasco.

Chus Pereda

Es el caso, paradigmático, de Chus Pereda, a quien una directiva presidida por Enrique Guzmán decidió no fichar. No le importó la calidad del jugador, que luego triunfó en el Barcelona y el Sevilla, ni siquiera que se hubiese forjado en el Balmaseda y hubiese sido capitán de la selección vizcaína sub 16. Había nacido en Medina de Pomar (Burgos) y ello, por lo visto, le invalidaba para jugar en el Athletic. Pereda no ha olvidado aquella desilusión. «Y tanto que me molestó. Yo era del Athletic y me dolió mucho. Pienso que se equivocaron totalmente», asegura, antes de recordar que, curiosamente, sus mejores partidos los jugó en San Mamés. «No, no fue por venganza, je, je, pero debía de estar muy motivado porque me salieron grandes partidos en Bilbao. Recuerdo un 2-5 con el Barça. Metí tres goles».

Otro caso singular de aquella época fue el de Miguel Jones, nacido en Guinea pero criado en Bilbao. Pasó del Indautxu al Atlético Madrid y nadie en el Athletic se atrevió siquiera a sugerir su fichaje. En esta situación, lo lógico es pensar que la filosofía del Athletic era entonces –hablamos ya de los años 50– del todo precisa y rigurosa. No es cierto. La realidad es que se ha saltado a voluntad o conveniencia de la directiva de turno. Sobran los ejemplos. Isaac Oceja, nacido en Escalante (Cantabria) aunque vecino de Durango, jugó en el Athletic en los años 30 y fue capitán en los 40. Petreña jugó con él –no mucho, pero lo hizo– a pesar de ser soriano de nacimiento.

La vara de medir, en fin, no era siempre la misma. Armando Merodio, por ejemplo, fue un delantero importante en los 50. En su caso, no importó que naciera en Barcelona, donde su padre, el gran pelotari Chiquito de Gallarta, se ganaba la vida en los frontones. Sin embargo, lo que le valió a Merodio no le sirvió a José Eulogio Garate, nacido en Argentina, hijo de exiliados eibarreses, cuyo fichaje se desestimó. Ni tampoco, años después, a López Ufarte, nacido en Fez (Marruecos). En cambio, Biurrun, natural de Brasil, sí se benefició de una interpretación más laxa de la tradición; como se han beneficiado, en los últimos años, un montón de jugadores como Luis Fernando (Zamora), Valverde (Cáceres), Ferreira (Salamanca), Manuel Núñez (Cáceres) o los riojanos José Mari, De la Fuente, Ezquerro y Aranzubia.

Al día de hoy, sin embargo, la indefinición sigue instalada. Aunque las necesidades cada vez más acuciantes del equipo han ido alimentando interpretaciones cada día más aperturistas –nadie duda de que el fichaje de Lizarazu, indiscutido en su momento, no hubiese sido viable en otra época– las incógnitas no han desaparecido. Diciéndolo de un modo resumido: hoy por hoy, la gente sabe quién puede jugar en Athletic, pero no sabe del todo, o al menos alberga serias dudas, sobre dónde están los límites sobre quién no puede jugar. Ahí está el caso reciente de Benjamín, nacido en Valladolid, de padre portugalujo y madre guineana. No se le fichó. ¿Pero podía jugar? Y lo mismo sirve para un futbolista de gran futuro, el riojano Jorge López, que triunfa en el Villarreal. ¿El hecho de que su abuelo sea de Sestao le faculta para vestir de rojiblanco?

Juveniles de Pradejón

Las dudas, la verdad, alcanzan no sólo al primer equipo sino incluso a la cantera. El Athletic, de hecho, fichó hace unos meses a dos juveniles del Pradejón y nadie se rasgó las vestiduras, al menos públicamente. En cambio, cuando uno de los candidatos a sustituir a Arrate habló de la necesidad de establecer una red de ojeadores extra-comunitarios para poder captar promesas de toda España, se armó una zapatiesta considerable. Vamos, que las contradicciones históricas de las directivas se han trasladado a la masa social del club, cuyo criterio, por lo visto, varía en función de los kilómetros que separan de Euskadi al lugar del nacimiento del jugador.

Son muchos los que consideran que ha llegado el momento de aclarar totalmente este concepto, sea con una interpretación más restrictiva o más laxa del la filosofía rojiblanca. ¿Que ésta debe seguir siendo una ley no escrita? Por supuesto. Entre otras cosas, no queda otro remedio, porque se trata de una convención que, por ley, no se puede recoger en unos estatutos. Pero no estaría mal que el tema se aclarara definitivamente. Más que nada porque si uno acepta el reto de jugar la partida en inferioridad no puede hacerse trampas a sí mismo con la baraja. Debe hacerlo con todas las consecuencias. Nunca escudándose en su debilidad y mucho menos utilizando ésta como disculpa para justificar actuaciones lamentables o para querer desterrar del vocabulario del club, como si pronunciarla fuera un sacrilegio, la palabra fracaso.

Esta alergia a aceptar el fracaso no deja de ser un síntoma de que el Athletic es, hoy por hoy, un equipo débil. Lo es, ciertamente, porque compite en inferioridad. Pero lo es, sobre todo, porque ha perdido algo esencial: lo que esta inferioridad ha tenido siempre de estímulo, de plus de competitividad, de incentivo para cimentar un espíritu especial entre jugadores y afición. Es lo que se debe recuperar. De lo contrario, la filosofía del Athletic sólo podrá ser vista como un anacronismo insostenible.


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