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AULA DE CULTURA VIRTUAL

La Fundación Grupo Correo está desarrollando este año un interesante programa de conferencias cuyas transcripciones ofrecemos en El Correo Digital.

Conferencia de Charles Powell, historiador y premio "Así Fue" de Plaza & Janés

MIRANDO ATRÁS SIN IRA: EL CAMBIO DE RÉGIMEN POLÍTICO EN ESPAÑA
Bilbao, 26 de marzo de 2001

Charles Powell dos días antes de la conferencia. EL CORREO
Como ustedes habrán comprobado, he titulado esta conferencia Mirando hacia atrás sin ira: el cambio de régimen político en España, por lo que pretendo reflexionar sobre cómo se comportó el Régimen y sobre cómo tuvo lugar la transición hacia la democracia. Lo de sin ira se debe a que, de un tiempo a esta parte, tengo la sensación de que algunos de quienes participaron en el proceso como autores políticos han descubierto un tono crítico, novedosamente revisionista, a la hora de contemplar ese pasado, por lo que quiero reivindicar básicamente la Transición española tal y como se produjo, con sus indudables defectos y sus deficiencias, pero siempre recordando que indudablemente ha dado lugar a la consolidación de un sistema democrático en España plenamente homologable a los de otros países europeos.

Mi punto de partida tiene que ser, inevitablemente, los últimos 20 años anteriores a la muerte de Franco, que tuvo lugar en noviembre del año 1975, porque me parece cada vez más evidente que sin tener en cuenta los profundísimos cambios sociales y económicos que tuvieron lugar a partir de finales de los años 50, es imposible comprender cabalmente cómo se realizó, cómo se llevó a la práctica la transición hacia la democracia. El tópico nos transmite que el desarrollo social y económico de España en los años 50 y 60 hizo prácticamente inevitable el posterior cambio, esta posterior transición, y yo quisiera ser cauteloso en este aspecto. Es indudable que los cambios, la modernización social y económica de un país, facilitan el tránsito, pero ello no significa que necesariamente la determinen. Ilustro muy brevemente esto con unas cifras: si miramos a otros países que tenían dictaduras allá por el año 1976 y una renta per cápita entre 1.000 y 3.000 dólares anuales, 15 años después, tres cuartas partes de ellos eran democracias; sin embargo, el desarrollo socioeconómico que se produjo en uno de cada cuatro de éstos, no fue una condición suficiente para la democratización. En otras palabras, estos cambios sociales y económicos facilitaron, contribuyeron al cambio, pero en ningún caso puede afirmarse que lo hicieran absolutamente inevitable.

Todos ustedes conocen perfectamente los grandes rasgos de ese cambio que se produjo en España. En primer lugar, un crecimiento espectacular de la industria y del sector de servicios, con el consiguiente proceso de urbanización y emigración de la gente que vivía en el campo. Y para comprender la magnitud y rapidez de dicho cambio, basta citar una sola cifra: la disminución de la población rural a la mitad e incluso a la cuarta parte de la población española en su totalidad, que en el año 1975 ya constituía solamente el 25% del total, sólo tardó 20 años en producirse. En Italia había tardado 30 años, en Alemania, 50, y en Francia, nada más y nada menos que tres cuartos de siglo; es decir, esa rapidísima disminución de la importancia de la agricultura y del campo en la vida española se produjo en apenas un par de generaciones. Fíjense en que, además, estos procesos estuvieron acompañados por unos espectaculares movimientos de población dentro del territorio español; así, entre el año 1962 y el año 1975, 5'7 millones de españoles cambiaron el lugar de residencia.

Como es fácilmente imaginable, todo ello tuvo impactos y consecuencias sociales de enorme magnitud: los ingresos medios, por ejemplo, aumentaron de 290 dólares al año, en 1955, a 2.500 veinte años después, en el año 1975; se produjo una mejora muy generalizada en la calidad de vida, perceptible en datos como los de la longevidad y, a modo de anécdota, los de la estatura de los españoles, que a lo largo de esos 20 años crecieron, como media, tres centímetros, y se produjo, en suma, el nacimiento de una incipiente sociedad de consumo. A su vez, todo esto se vio acompañado por una disminución de las desigualdades sociales, aunque es indudable que éstas todavía eran importantes al producirse la muerte de Franco, en el año 1975 (en aquella época, el 10% de los hogares españoles con ingresos más altos absorbía el 40% de la renta nacional, frente a un 30% de media en los países de la Europa democrática). Y se vio acompañado, también, por un enorme crecimiento de lo que habitualmente denominamos «las nuevas clases medias» -técnicos, administrativos, comerciales- y por una indudable mejora en el nivel educativo (en el año 1975, el analfabetismo sólo afectaba al 7% de la población, y en aquellos momentos, había medio millón de estudiantes en las universidades). E incluso se produjo un acceso cada vez mayor a una gama cada vez más amplia de bienes, productos culturales y, sobre todo, de diversos tipos de información, a pesar de la Dictadura y de su censura, gracias, en parte, a la Ley de Prensa de Manuel Fraga, del año 1966. Con todo esto era lógico, entonces, que se incrementaran los contactos con el mundo exterior a través del turismo, a través de los viajes de estudios y de trabajo.

En suma, éste podría ser un escenario idóneo para los funcionalistas o los deterministas, es decir, para aquellos que buscan en estos cambios sociales y económicos las causas más profundas de los cambios políticos. La secuencia clásica seguida por estos autores sería: el crecimiento económico conduce a un crecimiento de las capas medias de la sociedad; entre esas capas y en otros sectores sociales surge una cultura democrática, y finalmente, llega la democracia.

Por otra parte, es interesante constatar que estos cambios produjeron una creciente disgregación entre la sociedad y la economía españolas y el régimen político-autoritario del franquismo. Algunos autores concurren en que esta creciente separación fue resultado de una trampa de la modernización; es decir, sugieren que el Régimen favoreció la modernización de la sociedad y de la economía españolas, y que, paradójicamente, dicha modernización socioeconómica también supuso el principio del fin del propio Régimen desde un punto de vista político. Sin embargo, yo prefiero denominar a este efecto «el dilema de la modernización», porque existieron otras opciones que no tomaron y "avenidas" que no se exploraron. En todo caso, esta disgregación cada vez mayor es un hecho muy evidente en distintos ámbitos de la sociedad española de la época. Uno de ellos sería, sin duda, el ámbito de la universidad, y aquí tenemos, de nuevo, una paradoja: el desarrollo económico impulsado por los llamados «tecnócratas del Régimen» a partir del cambio de gobierno en el año 57 y, sobre todo, del plan de estabilización del año 59 exigía el desarrollo del propio sistema educativo. En teoría, ese desarrollo del sistema educativo en general y del universitario en particular tendría que haber favorecido a las clases y a los sectores sociales más acomodados del país, pero, para sorpresa del Régimen, a partir del año 56 y especialmente de los años 60, la contestación universitaria fue casi permanente, y aunque nunca supuso un impacto serio para la continuidad de aquel sistema político, sí contribuyó, sin duda, a socavar gradualmente su legitimidad. En este ambiente universitario hostil al status quo del momento, fueron apareciendo ciertos espacios de libertad, y es muy importante recordar que la clase política de la Transición precisamente se formó en aquel contexto universitario.

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