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AULA DE CULTURA VIRTUAL

Nuria Espert en sus memorias

Dña. Nuria Espert, actriz, y D. Pedro Barea, crítico teatral de El Correo
Bilbao, 30 de octubre de 2002

Pedro Barea: Cuando repasaba los datos acerca de nuestra invitada y leía el texto que hoy nos viene a presentar, me planteaba algo sobre el mundo del teatro que me parecía ciertamente curioso y diferente. Y esto es que si bien el creador, el músico, el pintor, el artista, cuya obra deja huella, puede recuperar aquello que ha hecho, en el caso del actor, lo que hace es absolutamente efímero. Es decir, solamente habiéndolo visto puedes saber quién ha sido o quién es Nuria Espert. La verdad es que nosotros tenemos la gran suerte de haber visto muchas cosas de Nuria, pero lo cierto es que, como digo, el arte que ella representa es especialmente fugaz, porque de no haber estado aquel día en aquella representación hubiéramos perdido la idea de lo que fue. Entonces, yo no sé hasta qué punto esa fugacidad, ese pasar el momento de la representación y punto porque ya no vuelve a verse, influye en que los actores escriban sus memorias. No obstante, algo tiene que ver. Cuando pensaba antes en ello me venían un montón de nombres que han publicado sus memorias incluso recientemente: Nieva, por ejemplo, o Marsillach, que las publicó poco antes de morir. Por eso creo que quizá este aspecto efímero de la creación teatral es más propio de los actores que de los directores, que ponen el huevo y se marchan, o de los escenógrafos, que hacen el diseño y se van. Es el actor el que se ve atrapado por su personaje durante dos, tres o cuatro años. De hecho, un éxito en teatro es dedicarle tu vida a un tipo a todas las horas del día porque estás pendiente de la representación del día siguiente.

Nuria Espert: Es cierto.

Pedro Barea: En definitiva, mi planteamiento es que no hay arte tan entregado en ese sentido, y que lo efímero del teatro provoca esa necesidad de contar lo que ha sido la propia vida. Por ello creo interesante recalcar la idea de que las memorias surgen del empeño por constatar qué queda del actor, por evitar que no se pierda aquello que yo hice puesto que al menos todavía lo puedo contar. Y a ello va unido también ese aspecto de cómo vive un creativo, una poderosa como tú, esa fugacidad de la propia creación.

Nuria Espert: Comenzaré diciendo que estoy feliz de estar aquí puesto que, como tú has dicho muy bien, desde mis inicios en la compañía privada de mi esposo, con Gigi primero, con Anna Christie después y con tantos otros títulos antes de llegar a esas Criadas y a esas Yermas que marcan otra etapa de nuestra vida, todos los espectáculos han pasado por el País Vasco y puesto que creo tener aquí gente que me quiere -algo que siempre es mutuo, por cierto-. Sé que Las criadas no vinieron cuando no se nos permitía realizar la gira de ese espectáculo, pero lo cierto es que Yerma verdaderamente me abrió las puertas del mundo y acabó estando en Bilbao durante muchísimos días. Y después aparecieron Divinas palabras y Doña Rosita, y en uno u otro teatro, en una u otra ciudad, Maquillaje, una de las cosas de las que más orgullosa me siento en mi vida por su tremenda dificultad. Y El cerco de Leningrado, y ¿Quién teme a Virginia Woolf?, con Adolfo Marsillach, para quien fue su último trabajo.

Por otra parte, creo que no somos tantos, al menos en España, los actores que hemos escrito memorias, y que no sólo lo hemos hecho los de teatro a causa de esa fugacidad de la que hablabas. Precisamente, creo que todos los actores del mundo cinematográfico han intentado escribir, en primera persona o a través de alguien, sus memorias, las vivencias casi siempre dolorosas, a pesar del éxito, de esas carreras azarosas que se producen en Hollywood o en cualquiera de las grandes maquinarias industriales. Te doy la razón, no obstante, en que el actor de teatro es el más indiscutible de los actores y el teatro, la más indiscutible de las artes. El pintor, aunque tenga una vida oscura y gris -y todos pensamos en los mismos ejemplos-, puede esperar a encontrar su público algún día; el público del actor de teatro, en cambio, es el público que está ahí esa tarde, en ese preciso momento. Ni el de mañana ni el de la semana pasada, sino ese que ha entrado esa tarde. Eso hace que tal vez sea el actor de teatro el que maneja su creatividad de una manera más disciplinada. Es decir, sabe que a las ocho de la tarde se va a levantar el telón, que va a comenzar una obra, bien una comedia, un melodrama, un drama o una tragedia, que va a tener una exposición, un nudo y un desenlace, y que después irá a cenar o a dormir sabiendo que lo que ha ocurrido es irrepetible, que nunca más volverá a ser igual, y que ese público que ha tenido esa tarde le recordará por cómo ha estado tan sólo esa tarde. No importa si él estaba griposo, feliz o desdichado, si había muerto la persona más amada de su vida cuarenta y ocho horas antes, si había peligro de un golpe de Estado: esa función nunca más volverá a ser la misma. Y precisamente ahí residen su grandeza y su miseria, porque además a esta dificultad se le añade otra: dos personas pueden estar aquí sentadas, viéndome interpretar el mismo espectáculo, al mismo personaje, y una de ellas pensar que estoy ridícula, patética, y la de al lado creer que estoy absolutamente sublime. Así que ¿os dais cuenta de hasta qué punto eso nos inyecta fragilidad, aparte de los muchos defectos y características que van incluidos en la firma del contrato?

El arquitecto deja algo que seguramente será discutido en el futuro, algo tal vez polémico hasta el exceso, y puede que se convierta en alguien estudiado doscientos años después de su muerte; sin embargo, de la representación de ese día y de cada uno de los días sucesivos de un actor de teatro no quedan más que unas fotografías que no expresan nada o unos videos mentirosos, puesto que el teatro, al perder de vista la realidad y la inmediatez, se convierte en un género que no es tal, ni cine ni televisión. Entonces, está hecho para ser dicho aquí. Y aquí mismo podríamos apartar esta mesa y este sillón, y ponernos a representar Pedro y yo el más inolvidable de los dúos, de los diálogos. Algo inspirado y lleno de vida que quedaría en vuestras memorias para siempre. No se necesita más, tan sólo un texto o ser maestros de la improvisación y habernos puesto de acuerdo. Sé que todo eso parece cosa de magia, que verdaderamente parece que me dedico a una profesión fabulosa, y lo cierto es que así es, aunque al mismo tiempo resulta muy dura, muy incierta.

Yo creo que a lo largo de mi vida, y debido a las heroínas maravillosas que he tenido el privilegio de representar, se ha ido haciendo de la actriz que soy una imagen que la gente confunde con mi verdadera personalidad, cuando en general eso sólo es representativo de la escuela a la que pertenezco, de dónde obtuve mis primeros éxitos, de la impostación de mi voz, del color de mi voz, de la estatura y de la calma o agitación de mi propia vida personal. Así que han sido Yerma, Medea, Anna Christie y mis personajes masculinos los que me han transferido esa idea de peso, de seguridad, de peligro y de coraje. Y creo que en este libro, un libro sincero titulado De aire y fuego porque así me calificó Terenci Moix, un muy, muy buen amigo mío, en uno de los artículos que escribió sobre mí y porque así decidió titularlo Marcos Ordóñez, un grandísimo hombre de teatro, un estudioso del género y un excelente escritor que en este momento tiene tres libros de enorme éxito en el mercado, entre ellos el último, Comedia con fantasmas.

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