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Conferencia de Javier
Moro, periodista y Dominique Lapierre, escritor
Bilbao 17 de abril 2001
'ERA MEDIANOCHE EN BHOPAL'
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Dominique Lapierre y Javier Moro,
durante la presentación del libro 'Era medianoche en Bhopal'.
EL CORREO. |
Javier Moro: Es difícil hacer una entrevista a
Dominique, ya que nos unen lazos mucho más estrechos que
los meramente laborales, así que voy a darle la palabra
y la oportunidad de que sea él quien empiece a contarles
cuál fue el origen de esta aventura que nos ha llevado
a recorrer multitud de países a lo largo y ancho de cuatro
continentes para recrear la historia del mayor desastre industrial
que ha tenido lugar en nuestro tiempo.
Dominique Lapierre: Gracias, Javier. En realidad, la primera
cosa que me gustaría pedirles es que fueran indulgentes
con mi castellano, que es muy malo, muy bruto, muy bestial, porque
nunca he estado en la universidad y no he podido aprender correctamente,
por tanto, la magnífica lengua de Cervantes. La verdad
es que sólo he tenido un único profesor de castellano,
muy poco ortodoxo, por cierto. Creo que le conocerán:
se llama Manuel Benítez, El Cordobés. Yo, por mi
parte, le conocí hace 30 años, cuando Larry Collins,
mi compañero americano, hizo la investigación con
él para escribir un libro que se llamaba Hoy llevarás
luto por mí, y ya les digo que el poco castellano que
hablo lo hablo gracias a Manuel Benítez. «Dominique,
vamos a comer un bocadillo», «Dominique, vamos a
montar a caballo», me decía. Al principio, era muy
difícil comprenderle, ya que su castellano es muy complicado,
casi ininteligible para un extranjero, pero en fin, ésa
es otra historia que no viene a cuento.
Sí quisiera decirles que estoy muy contento de poder presentarles
a ustedes hoy, junto con Javier Moro, la aventura que hemos vivido
para escribir Era medianoche en Bhopal. A modo de introducción,
les explicaré, como ya ha mencionado Javier, de dónde
vino la idea que origina este libro. Hace 21 años, en
1980, puse en marcha, en el Noreste de la India, en Bengala,
en la ciudad de Calcuta, donde vivió la Madre Teresa,
una organización humanitaria que empezó después
de conocerla. Una organización que funciona gracias a
mis derechos de autor y también a las contribuciones de
mis lectores, a su generosidad. Con ella, a lo largo de todo
este tiempo, hemos ayudado a curar a 9.000 niños leprosos,
procedentes de los barrios de chabolas, los más pobres
de Calcuta; hemos contribuido a sanar a 4 millones de tuberculosos
-en la India, la tuberculosis es la enfermedad que más
mata-; hemos podido abrir 541 pozos de agua potable en pueblos
muy pobres, sitos en el delta del Ganges, y desde hace 4 años,
mi esposa, que también se llama Dominique -aunque ella
es "la gran Dominique" y yo soy "el pequeño
Dominique"- y un servidor hemos botado 3 barcos hospitales
en las aguas de dicho río para suministrar ayuda médica
a un millón de habitantes de 54 islas que no existen en
los mapas de geografía. Nuestra labor es muy conocida
en la India, y a pesar de ser una acción modesta, yo digo
siempre que es una gota de agua en el océano de las necesidades;
en este caso, me adhiero a lo que me decía muchas veces
la Madre Teresa de Calcuta: «Dominique, Dominique, el océano
está hecho de gotas de agua, así que tu gota es
importante porque, con otras gotas, podemos hacer un océano».
Un día, también hace 4 años de esto, un
señor fue a Calcuta expresamente para conocerme, y lo
hizo desde una ciudad que nunca había llegado a visitar
en 48 años de viajes por toda la India. Jamás había
estado en una ciudad que se llama Bhopal -una barbaridad, pero
es así-, una ciudad de 600.000 habitantes, llena de tradición
y de arte, que está en el centro de la India y, sin embargo,
está alejada de los caminos turísticos normales
Pues bien, este señor fue a explicarme que después
de una catástrofe industrial ocurrida una noche de 1984,
todavía más de 200.000 personas sufren en su cuerpo
las consecuencias de esta tragedia. Una nube tóxica se
escapó de una fábrica americana de pesticida y
aquella fatídica noche murieron 30.000 personas y más
de 500.000 fueron intoxicadas por este gas; sin duda, la mayor
desgracia industrial de todos los tiempos. Pero lo más
preocupante es que, efectivamente, como acabo de mencionar, 15
años después, unas 200.000 personas sufren las
secuelas de semejante desastre, debido a lo cual, este hombre
vino a pedirme ayuda humanitaria para abrir una clínica
ginecológica en la ciudad de Bhopal y poder tratar, así,
a todas las mujeres "tocadas" por el accidente, mujeres
muy pobres.
Esa noche, el 2 de diciembre de 1984, el viento soplaba de Norte
a Sur. En el Norte estaba la fábrica, pero en el Sur había
una corona de barrios de chabolas donde vivían solamente
personas pobres. Sabemos muy bien que en nuestra sociedad occidental
los pobres no tienen mucha voz, por eso, ante el deseo de esas
mujeres desheredadas, pobres, sin ningún tratamiento médico,
de recibir algún tipo de ayuda, decidí abrir dicha
clínica. Compré en Japón el equipamiento
necesario, muy sofisticado, con microscopios para hacer investigaciones
patológicas y de toda índole. Visité Bhopal
y me enomoré de ella y de sus habitantes. Y entonces fue
cuando un día me pregunté: «pero ¿qué
pasó el 2 de Diciembre de 1984 para haber un desastre
de ese calibre?». Sin pensármelo dos veces, fui
a la primera cabina telefónica que encontré para
llamar a mi "sobrino", Javier Moro, a Madrid, porque
sabía que estaba enamorado de la India y que había
escrito un magnífico libro sobre la tragedia del Tíbet.
Cuando le conté lo que había ocurrido, el problema
de Bhopal llegó inmediatamente a su corazón. Le
pregunté si quería ir a la ciudad para empezar
una investigación mundial sobre el suceso y reconstruir
la aventura de esa fábrica de pesticida que al principio
era un sueño, un cuento de hadas, la alta tecnología
occidental que ofrecía a los campesinos de la India un
arma para luchar contra los insectos que devoran la mitad de
todas sus cosechas cada año, un sueño que al cabo
de 6 años se transformó en un "titanic".
Él aceptó.
Ése fue el origen de la investigación
que llevamos a cabo para escribir este libro de aventura y, sobre
todo, de amor, de compasión, de fe, de esperanzas puestas
sobre un pueblo extraordinario, arruinado por un desastre que
ha cambiado completamente la vida de esa ciudad tan rica y que,
sin embargo, hoy está casi olvidado. Y precisamente por
esto último lo hemos escrito, para evitar que nunca se
olvide esta catástrofe, para que nunca nos olvidemos,
primero, de que fue consecuencia de la megalomanía mortal,
de la locura, de algunos ingenieros americanos y, segundo, de
que hoy hay 200.000 personas que sufren. Ahora le cedo la palabra
a Javier para que les explique un poco más de nuestra
investigación.
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