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Transcripción de la conferencia
de la Profesora de Teología de la Universidad Pontificia
Comillas de Madrid, Isabel Gómez Acebo - 4
En el momento en el que la Iglesia
se expande por el Imperio Romano, en la casa, a través
del Pater Familias, y en el mundo de la política
gobierna el varón, que encarna la glorificación
del padre; un padre que tiene el poder absoluto sobre la esposa,
los hijos y los esclavos. El Decreto de Graciano de 1140 puso
por escrito cómo funcionaba: Las mujeres deberán
de quedar sujetas a sus varones. El orden natural para la humanidad
es que las mujeres sirvan a los varones y los niños a
sus padres, pues es justo que lo inferior sirva a lo superior,
es justo que aquél que fue inducido por la mujer al pecado
la tenga ahora bajo su dirección para que no vuelva a
caer de nuevo por causa de la ligereza femenina.
El gran reto es desmontar este discurso
que sigue vivo en muchas personas y descubrir nuevas aportaciones
e intuiciones que ayuden a que mujer y tierra alcancen el puesto
que les corresponde y mejore el mundo en el que vivimos.
La creación de una nueva utopía
óy es bueno hacerlo en los comienzos de un milenioó
debe comenzar proclamando la igualdad de todos los seres humanos,
premisa básica del cristianismo. No es defendible ninguna
relación que esté basada en esquemas de dominio
de unos sobre otros. Prestando atención especial a todos
los que sufren, pues todos formamos parte de un todo.
Pero también abriendo nuestros
oídos al gemido de la naturaleza como si fueramos nosotros
mismos. Nuestro nacimiento tiene su inicio en la materia orgánica
y ésta, a su vez, en la inorgánica. Hay mucho dolor
en el mundo que es inevitable, pero hay otro, fruto del egoísmo
humano y de concepciones antropológicas y cosmológicas
equivocadas, que es preciso cambiar.
La consideración negativa del
mundo material fue en detrimento de la paz interna del ser humano,
que se dedicó a prácticas ascéticas brutales
para dominar su cuerpo. El cristiano no se atrevió a gozar
de todos los placeres que Dios le había puesto al alcance
de la mano, pues, presuntamente, le alejaban del Creador. Las
celebraciones de la Semana Santa pudieron con las campanas gozosas
de la resurrección.
Ese espiritualismo exacerbado fue capaz
de descubrir la importancia de la conciencia y mente humanas,
pero en detrimento de la forma en la que está enraizada
y renegando de toda producción sensorial. La reacción
materialista de nuestro siglo acabó cayendo en el extremo
opuesto, pues definió a la persona inserta en la naturaleza
pero como una mera máquina incapaz de obrar mas que por
las presiones externas. De aquí la necesidad de integrar
alma y cuerpo, materia y espíritu, para que el ser humano
sea capaz de asumir plenamente todas sus variables. Es el cuerpo
y sus sentidos el que nos permite realizarnos como personas.
Si hemos rechazado el cuerpo en general,
todavía con más saña se ha rechazado el
cuerpo femenino, al que se le tiene miedo. Es curioso que así
sea cuando es un órgano tan relacionado con la vida: el
útero que cobija al feto y le nutre mientras no ha visto
la luz. Los pechos que amamantan al nuevo ser, los brazos que
le arrullan, la voz que le mece, los dedos que le acarician,
las primeras sensaciones de amor que recibe el ser humano y que
le permiten vivir tanto fÌsica como psicológicamente.
Primeras sensaciones que perduran a lo largo del camino como
un momento único al que se sueña con volver, el
regreso al útero, a la infancia, al periodo sin problemas
y gozando de un amor gratuito.
Necesitamos construir una antropología
nueva que cante sin miedo la maravilla de nuestros cuerpos. Necesitamos
promocionar su lenguaje: el abrazo, el beso, la caricia, el gesto,
para que los demás nos vean y nos palpen cercanos. Necesitamos
olvidar el cuerpo espiritual y centrarnos en lo que somos: materia
animada. Y necesitamos revalorizar el cuerpo femenino como símbolo
de inicio y mantenimiento de la vida.
En paz la persona consigo misma, aceptada
como un todo sin partes negativas, se puede dar otro paso, un
paso encaminado a comprender la interdependencia de todos los
seres creados. Las doctrinas de la evolución de las especies
nos han hecho saber que nuestra procedencia es del mundo orgánico,
en primera instancia, y del inorgánico, en segunda. Hacernos
incluso conscientes de que, de la múltiple interrelación
de todos los seres que pueblan el planeta, depende nuestra supervivencia.
Todos cogidos de la mano acabamos bailando el mismo son, y, si
tocan a difuntos, los hombres no nos salvamos del luto. El hombre
es egoísta, pero tenemos que abrirle los ojos para que
vea la vida del planeta intrínsecamente ligada a la suya.
La obsesión por jerarquizar
y considerar a unos seres superiores a otros nos debe impulsar
a buscar otro modelo de relación distinto. Yo propongo
como modelos relacionales entre los seres humanos el modelo de
pareja enamorada, pues cada uno es capaz de renunciar a sus gustos
en aras de contentar al otro. El meollo del buen entendimiento
es la capacidad de ponerse de acuerdo entre dos personas diferentes,
con hábitos y con personalidades distintas; algo difícil
y por lo que hay que luchar. Contemplar la vida en relación
de tal manera que lo que le pase a uno le pasa al otro.
El modelo de la maternidad en el que
la madre considera al hijo como integrante de sí misma
y con intereses idénticos a los suyos. Incluso en la gestación
y la lactancia es capaz de anularse y de hacerse una con él.
Hay una fusión entre los dos cuerpos, no sólo física,
sino también psicológica. Dos cuerpos distintos
pero íntimamente relacionados.
Por último, el modelo de la
amistad, que tiene la ventaja de ser el más libre de todos,
pues no está tintado con la carga del deber. Al amigo
se le elige y se le puede rechazar si no cumple con las expectativas
que de él tenemos. Es una relación parecida a la
de los amantes si se le suprime el eros. De un amigo se espera
lealtad, constancia, confianza. Hay una frase muy indicativa
de lo que quiero expresar: Los amantes están, normalmente,
cara a cara, absorbidos en sí mismos; los amigos están,
codo a codo, absorbidos en alguna tarea común. Una
tarea que puede ser la mejora de las relaciones humanas y el
trato con la naturaleza. Si son muchos los que lo intentan, la
labor tendrá más éxito.
Una escritora americana, Carol Gilligan,
escribió un libro que se hizo un gran bestseller
bajo el nombre de In a different Voice. Esta mujer defendía
que si las mujeres llevaran a la vida pública la misma
actuación que sostenían en sus casas, el mundo
cambiaría radicalmente. A nivel humano, preocupándose
e interesándose por la parte psíquica o física
de sus compañeros de trabajo; a nivel de naturaleza, tratándola
con el mismo mimo que a las plantas de su casa.
Puede que las recetas de cambio que
mejoren la situación en la que vivimos no sea la misma
para los dos sexos. Las mujeres, salvo excepciones, hemos vivido
apartadas de la esfera de lo público dedicando nuestra
vida y actividad al entorno familiar. Allí hemos llevado
a cabo esa ética del cuidado que aconsejaba la Sra. Gilligan.
Una actuación muy valiosa si no fuera porque hemos hecho
dejación de nuestro protagonismo en todo lo que cayera
fuera de la vida de nuestra familia.
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