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AULA DE CULTURA VIRTUAL

LA ESPAÑA QUE VIVIÓ CERVANTES
Y PENSÓ DON QUIJOTE

Dr. D. Ricardo García Cárcel
Catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona
Bilbao, 23 de mayo de 2005

Quizá conozcamos mejor el tiempo que vivió Cervantes que la España que Cervantes metabolizó y plasmó a través de don Quijote. Ese tiempo cubre el reinado de Felipe II y parte del de Felipe III, y es, ante todo, una época de crisis no completa. El término con el que la documentación del tiempo define esa coyuntura que cubre el final del siglo XVI y los comienzos del XVII es "declinación". Es decir, estamos ante el comienzo de la crisis; en un imperio en el que no se ponía el sol no se ha hecho de noche, pero empiezan a verse las sombras. De hecho, la crisis alcanzará su culminación en el annus horribilis de 1640. Esta declinación está perfectamente reflejada a través de la estela de la peste, del hambre, de la guerra o de las angustias financieras –no hay que olvidar que la mayor crisis financiera es de 1607–.

Asimismo, es una época de conciencia crítica de esa crisis. Como he señalado en alguna publicación, los españoles viven la primera generación del 98 en 1598, año de la muerte de Felipe II, con la aparición de los arbitristas, aquellos diagnosticadores de la crisis que buscaron ansiosamente la pócima mágica que pudiera solucionarla. En esa generación, dentro de la cual se cuentan Sancho de Moncada, Tomás de Mercado, etc., hay que insertar la figura de Cervantes. Precisamente, Jean Vilar escribió un célebre artículo titulado "Cervantes, el arbitrista", porque la figura de nuestro escritor encaja perfectamente en esta generación de conciencia crítica de la crisis.

Además, la época de Cervantes es la de la búsqueda de alternativas, de estupefacientes o fórmulas para evadirse de la crisis. Dichos estupefacientes son de todo tipo. Los hay económicos –el recurso al vellón, que podía permitir hacerse la ilusión de salir de la pobreza–, sociales –las fiestas (por ejemplo, las que en 1599 se organizan en Valencia con motivo del matrimonio de Felipe III) o la expulsión de los moriscos– y religiosos –los visionarios y la milagrería, por ejemplo la famosa arbitrista y visionaria Lucrecia de León–.

En la vida de Cervantes confluyen, como en el típico perdedor histórico, las características del héroe cansado y los efluvios de los muchos signos de esa crisis. Así cabe considerar su propia peripecia en Lepanto, puesto que, aunque vive la victoria en esa famosa batalla heroicamente y con toda la enorme derivación épica que tuvo, perderá en ella una mano. Asimismo, sin prácticamente tiempo para la glosa de la épica de Lepanto, llegan en 1588 (17 años después) la Armada Invencible –en la que Cervantes fue uno de tantos buscadores de financiación– y la constatación de la realidad terrible de la derrota.

Después conocerá Cervantes la triste peripecia del cautiverio y la prisión en las cárceles españolas, y más tarde la ansiedad del éxito sin realmente llegar a conseguirlo. En efecto, cuando en 1605 ve la luz la primera parte de El Quijote, Miguel de Cervantes sólo ha publicado, diez años antes, una obra (La Galatea). Es decir, en 1605 es ya un escritor viejo y absolutamente azotado por la vida.

Aparte de esa coyuntura de crisis que todos conocemos, la España que vive Cervantes es una España de cambios y de transición del Renacimiento al Barroco: de 1547 a 1616 se cubre, justamente, todo el tránsito de uno a otro período. Significativamente, el año en el que nace Cervantes mueren personajes que habían llenado la época anterior. Así, por ejemplo, Francisco de los Cobos, hombre que representa el imperio de Carlos V; Hernán Cortés, que fue con Juan de Austria uno de los últimos héroes de la épica imperial; y reyes como Francisco I de Francia –que había protagonizado las guerras con Carlos V– y Enrique VIII. En definitiva, con el nacimiento de Cervantes muere una época.



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