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D. Jorge Bucay

Psiquiatra y escritor

Las tres preguntas: ¿Quién soy? ¿Adónde voy? ¿Con quién?

En Bilbao, a 26 de mayo de 2008
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Rocío Ramos-Paúl

D. Jorge Bucay apoyó su exposición con la proyección de un número abundante de imágenes que dan pleno sentido a sus palabras. Omitimos la trascripción de las partes de la conferencia que tendrían poco sentido sin la visualización de dichas imágenes.

Me parece decía que hablar del currículo de alguien, hablar de la historia de alguien, de lo que ha hecho, de lo que no ha hecho de lo que dejó de hacer, de quién dice que es un genio, y quién dice que es un idiota, cuántos libros tiene publicados; todas esas cosas a mí me parece que son un poquito distorsivas de lo que sigue y lo pienso así porque una vez llegó a mis oídos una historia que a mí me gusta mucho y que siempre recuerdo en estas situaciones.

Esta historia es una historia que ha viajado en el tiempo y en el espacio y que según quien la cuente el protagonista es un sacerdote de una religión extraña, un rabino, un cura párroco; depende de quién cuente la historia así es el protagonista. Pero, de todas maneras, la historia siempre es la misma. Cuando me la contaron a mí esta historia la protagonizaba un sacerdote muy importante dentro de una comunidad, en algún lugar de medio oriente. El sacerdote en cuestión había sido invitado a una cena muy importante de gente muy pudiente, de gente muy influyente, en la casa de uno de los hombres más ricos de la ciudad. La noche era un noche terrible y tormentosa, pero, a pesar de esto, por supuesto, el sacerdote había comprometido su presencia; así que se subió a su carruaje y manejándolo él mismo empezó a dirigirse a la casa del señor que lo había invitado. A unos 200 metros antes de llegar a la casa donde iba a ser la cena, un rayo y un relámpago iluminó el cielo, el caballo se asustó del ruido y, entonces, se puso en dos patas, y el carruaje del pobre hombre se tumbó y el sacerdote cayó sobre la zanja que se estaba llena de lodo y de hojas sucias y de mugre y se ensució totalmente, desde la punta del pelo hasta la punta de los pies. Pero como estaba a 200 metros de la casa donde iba, pensó que no tenía sentido volver hasta su casa, sino que era mejor higiniezarse un poco donde llegaba; podría dar una explicación. Así que se acercó a la casa y golpeó la puerta y un mayordomo muy bien vestido, muy elegante, le abrió la puerta y cuando lo vio así, cuando lo vio mugriento como estaba, pensó que era realmente un mendigo.

El mayordomo, que tenía de verdad muy malas pulgas, le dijo "¿qué haces aquí? ¿No te das cuenta que esto es una comida para gente muy importante?" Y él dijo, "sí, bueno, justamente yo vengo por la comida". "Mira, si vienes por las sobras, las sobras van a estar mañana; porque hoy todavía la comida no ha sucedido; así que cómo puedes pretenderlas hoy". "No, bueno, podría, pero no vengo por las sobras". "Ah! Claro! ¡No viene por las sobras! ¿qué quieres? ¿comer la comida de los señores? ¿Pero cómo te atreves miserable pordiosero? Mira, vete, inmediatamente y cuando vengas mañana, ven por la puerta de servicio que por esta puerta no entran los mendigos y los pordioseros sucios como tú". "No, pero es el que el dueño..." "Mira, el dueño de la casa, si llega a verte aquí y no te vas, te aseguro que te va a soltar los perros, que es una cosa que le da bastante placer hacer cuando alguien se pone rebelde; así que ya mismo te das la vuelta y te vas". "No, pero es que..." intentó decir el sacerdote y apareció el dueño de la casa.

El dueño de la casa preguntó "¿qué pasa?" Y el mayordomo le dijo, "este mendigo pordiosero, que le dije que tiene que venir por las sobras mañana y el insiste que quiere la comida hoy y yo le he dicho que se vaya y el no quiere, y yo le he dicho que si venías tú, te ibas a enojar", dice "por supuesto que me voy a enojar, así que llama la guardia". El sacerdote intentó explicar, vino el jefe de la guardia, y el dueño de casa le dijo: "guardia eche a este hombre de la casa y si no se quiere ir suéltenle a los perros para que lo echen". No había nada más que le gustara al jefe de la guardia que soltarle los perros a cualquiera, con razón o sin razón; así que soltó los perros detrás del pobre sacerdote que chapoteando entre el césped salió corriendo del lugar y saltó a la cerca para que los perros no lo mordieran. Como pudo, rehizo su carruaje y se volvió a su casa.

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Conferencias del Aula de Cultura. Año 2009

 


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Divergencias 'Cultura entre líneas'
Por César Coca, Oscar B. Otalora e Iñaki Esteban