Dice así este psiquiatra, que se llama Portabella o "Portabel-la", que es un hombre bastante petulante, bastante engreído. Le dice al narrador:
--Miré hay un psicólogo del siglo XIX, un francés genial, que como otros tantos genios, padeció la incomprensión de sus contemporáneos y que hoy ha sido rehabilitado, Théodule Ribot, que lo expresó de forma inmejorable: "El olvido no es una enfermedad de la memoria, sino una condición de su salud y de su vida." No creo que la frase requiera muchas explicaciones: todos, usted y yo y cualquier hijo de vecino, eliminamos cotidianamente información de la memoria para resultar "operativos"; de lo contrario nuestra capacidad de adaptación al medio se vería seriamente amenazada. Usted es profesor de literatura, ¿me equivoco? [...] Recordará ese cuento de Borges, "Funes el memorioso": su protagonista no puede recordar ni siquiera los acontecimientos más nimios de su existencia, las impresiones más fugaces y rutinarias, y esta excepcional actitud convierte sus días en un suplicio. Olvidamos intencionadamente, seleccionamos nuestros recuerdos; de nuestro disco duro borramos a los majaderos que se cruzan en nuestro camino, borramos las conversaciones intrascendentes y los pasatiempos estúpidos. Y este olvido voluntario evita que nuestra mente se abarrote de conocimiento inútil.
Definitivamente, le gustaba escucharse. Objete esta vez sin molestarme en disfrazar mi discrepancia de humildad:
--Pero le aseguro que aquellos años perdidos no eran conocimiento inútil para mi padre. Quería recuperarlos a toda costa.
--No, no me ha dejado terminar -dijo Portabella sin reproche-. Estaba ilustrándole la frase de Ribot con casos cotidianos que todos experimentos cada día. Pero, para mantener su salud, la mente no sólo olvida datos inútiles o insignificantes. También hace desaparecer de la conciencia, haciéndolos inaccesibles para la memoria, acontecimientos traumáticos. Me estoy refiriendo a un proceso automático y defensivo mediante el cual suprimimos el recuerdo de experiencias amargas. Piense en las víctimas de violaciones, de incestos, de torturas: extienden una cortina de amnesia sobre el trauma que han padecido, de tal forma que les resulta imposible recordar los hechos previos y subsiguientes a la experiencia traumática.
--Algo así como un mecanismo de supervivencia- resumí.
--Eso es. --Portabella cabeceó complacido mientras yo digería sus enseñanzas--. Se mata la memoria de la experiencia traumática, y con ella las emociones a ella asociadas. Así, por ejemplo, no es nada raro que la mujer violada pierda el apetito sexual, incluso la afectividad. Cuando hacemos frente a situaciones fuertemente emocionales o de peligro, se activan dos resortes naturales en nuestra memoria: el primero nos permite identificar y reconocer esas situaciones; el segundo nos permite olvidarlas. Gracias al primero, la humanidad ha sobrevivido; gracias al segundo, no tenemos que arrastrar siempre el recuerdo tenaz de las experiencias más desagradables. Trate de pensar en algunas de esas experiencias que usted mismo haya padecido. [...]
--No hace falta, entiendo lo que dice. --Claro que lo entiende -Sonrió sibilinamente--. Nuestra supervivencia depende de un sistema emocional que funcione con la rapidez necesaria para alertarnos de los estímulos amenazantes que nos acechan, y también de una memoria capaz de inhibir; reprimir o suprimir de la conciencia los recuerdos de nuestras experiencias traumáticas, en mi opinión su padre que había reprimido el recuerdo de los acontecimientos traumáticos vividos durante la segunda guerra mundial activó un mecanismo de alarma cuando supo que lo estaban rondando personas desconocidas, de algún modo al chocar esos dos impulsos uno reprimido el otro funcionando, su padre derivó hacia la paranoia su temor a repetir una experiencia traumática que no recordaba y luego ya novela sigue hablando del caso particular de Jules, el protagonista del libro.